Sabemos que la elección del
lenguaje se parece al acto de escoger la ropa. Se trata, por tanto, de una
cuestión social. No vamos a una boda ataviados con chanclas, ni al monte con
traje de gala.
De igual modo, acomodamos nuestro
lenguaje a las situaciones que nos toca vivir, y no nos expresamos en una
reunión de amigos como en un congreso de cirugía. Una abogada hablará de forma
coloquial en su casa, pero escogerá palabras distintas (quizá para defender lo
mismo) si se dirige a un tribunal.
El anuncio de la popularísima
marca de bebidas Don Simón nos riega durante el estío con una
cancioncilla encaminada a que saciemos la sed gracias a su “tinto de verano”. Y
se canta en el anuncio: “Tinto de verano hay que beber, tinto de verano pael calor, fiesta Don
Simón”.
Nos hallamos ante un uso
coloquial en una comunicación pública
No imaginaríamos, sin embargo,
una fórmula publicitaria semejante si se tratara de anunciar Vega Sicilia o
Viña Tondonia, ni para vender los relojes Rolex o cualquier coche de lujo: “Un
descapotable pael calor”,
por ejemplo.
El léxico y la gramática
acompañan la imagen que transmitimos de nosotros mismos, queramos o no; y la
situación ideal consiste en que cada uno pueda determinar algo al respecto. Si
decidimos desenvolvernos en zapatillas, estupendo. Y si optamos por el charol,
perfecto también. Eso sí, siempre que acertemos con la ocasión adecuada.
El problema sobreviene cuando alguien se topa con un lenguaje vulgar en un ámbito donde esperaba un léxico esmerado, o, por el contrario, cuando quien está diciendo algo suelta unas cuantas frases pedantes que no casan con el ambiente de desenfreno y cachondeo que le envuelve. Quizá los que escuchen en uno y otro caso tiendan a pensar que esa persona dispone de escaso fondo de armario verbal. En un buen ropero debe guardarse lo mismo un elegante traje para una boda que una vistosa camiseta sin mangas. Pael calor, claro. Leer más
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