La historia de esos dos signos es antigua. El
signo de admiración ya se encuentra en manuscritos latinos medievales y, a
decir de la Real Academia de la Lengua, el de interrogación se lo debemos a los
carolingios, la dinastía de origen francés que dominó Europa Occidental entre
los siglos VIII y X.
Pero, en sus orígenes, esos dos signos se empleaban
únicamente al final de las frases.
Tardaron bastante en empezar a utilizarse también en la
apertura de las frases interrogativas y exclamativas. De hecho, fue sólo en la
segunda edición de la Ortografía de la Real Academia de la Lengua, publicada en
1754, cuando el signo de inicial de interrogación hizo su irrupción.
Los académicos estuvieron debatiendo largamente sobre el
asunto y llegaron a la conclusión de que el signo de interrogación final no
bastaba, sobre todo en ciertas frases largas.
"Por lo tocante a la nota de interrogación se tuvo
presente que, además del uso que tiene en fin de oración, hay periodos o
cláusulas largas en que no basta la nota que se pone al fin y es necesario
desde el principio indicar el sentido y tono interrogante con que debe leerse,
por lo que la Academia acuerda que, en estos casos, se use la misma nota
interrogante poniéndola tendida sobre la primera voz de la cláusula o periodo
con lo que se evitará la confusión y aclarará el sentido y tono que
corresponde. Y aunque esto es novedad, ha creído la Academia no debe excusarla
siendo necesaria y conveniente", se lee en el acta de una de las reuniones
que mantuvieron.
Con ese argumento, el 17 de octubre de 1753 los académicos
tomaron una decisión histórica: habría también signos de interrogación de
apertura que se colocarían al comienzo de las frases interrogativas, y que se
señalaría con el mismo signo que ya existía pero invertido. Más en BBC
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