Juan José Millás
Metro de Sevilla |
Recibo una llamada de un desconocido que me acusa de
imitarle en el modo de vestir, de peinarme, de moverme, de andar. También de
tomar el metro a las mismas horas que él y de bajarme en las mismas estaciones.
Se despide pidiéndome que le deje en paz y cuelga. Al día siguiente salgo a la
calle y tomo el metro para acudir al trabajo. Entro en el vagón, me siento, y
echo disimuladamente un vistazo al resto de los viajeros. A unos metros de mí,
junto a la puerta central, descubro a un tipo con zapatillas deportivas,
vaqueros, camisa blanca y un jersey azul, de los de pico, cubierto por una
cazadora negra. La misma indumentaria que llevo yo. Su pelo, peinado hacia
atrás, como el mío, es sin embargo más abundante.
Comienzo a mirarle con hostilidad, a ver si vuelve la cabeza
y se fija en mí. Pero el tipo va a lo suyo, ajeno completamente a todo, y
parece normal. En esto, suena mi móvil, lo cojo y cuando estoy hablando con mi
mujer, observo que a él también le ha telefoneado alguien. Continúa leyendo en El País
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