La lengua española goza de una gran unidad, casi nadie lo
pone en duda. Dos hispanohablantes de cualquiera de los países que tienen este
idioma como oficial y que acaben de conocerse se entenderán sin problema, a
pesar de que de vez en cuando surjan en su diálogo tres tipos de palabras
conflictivas (en muy diferente grado):
1. Las que uno de los dos no reconoce como parte de su
léxico pero entiende perfectamente, sobre todo porque es capaz de deducir sus
cromosomas: un español no se bañará en una “pileta”, pero sabrá a qué se
refiere su interlocutor argentino cuando le proponga nadar un rato en ella.
2. Aquellas otras que se desconocen por completo: ¿qué
querrá decir un mexicano que se refiere a su achichincle? (ayudante de poca
monta).
3. Los términos que se conocen pero no significan lo mismo
en según qué sitio (huiremos del verbo que surge de inmediato, pero podemos
hablar de la “polla” –apuesta– o de la “cola” –trasero–; o recordar que cuando
un venezolano “exige” algo, sólo está rogándolo encarecidamente).
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Desponchador: Recauchutados, en México |
En cualquier caso, se trata de pequeñísimas dificultades que
se suelen superar con el contexto. De todas formas, ¿no estaría bien elaborar
un Diccionario internacional de la lengua española que contuviese todas las
palabras del español general (las que entiende cualquier hablante) y además el
término más común o mayoritario en los distintos países y, aparte, los casos en
que se dan divergencias entre ellos? ¿Y podría llamarse Diccionario del español
universal?
Pues bien, ese proyecto existe. Desde 1997, y coordinado por
el prestigioso lingüista mexicano Raúl Ávila, participan en él 26 universidades
de 20 naciones (en España, las universidades de Alcalá y de Almería), algunas
de ellas de países que no tienen el español como lengua oficial; pero nadie
sabe cuándo se podrá terminar. El proyecto va caminando, y consiste en que esos
centros académicos promuevan líneas de investigación que encajen con él.
El empeño se denomina oficialmente Difusión del Español por
los Medios (DIES-M), un título modesto: ante la imposibilidad de abarcar con un
sentido científico el vasto mundo del idioma, los filólogos involucrados se han
dedicado a analizar el vocabulario de los medios de comunicación de todos los
países, para extraer sus afinidades y sus divergencias. De momento, ya han
comprobado que más de un 90% del léxico forma parte del “español general” (esas
palabras como mesa, silla, soñar, dormir…). Y que también se dan divergencias,
por supuesto; escasas, pero que acarrean sus problemas.
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Escultura de León Ferrari |
Ese futuro diccionario que ahora parece más bien un sueño contendrá
algún día el listado de las miles y miles de palabras comunes (“cabeza”,
“zapato”, “bosque”, “casa”…) y también el de las variantes con mayor número de
usuarios cuando se den distintas opciones para un mismo concepto; pero se
cruzará este último dato con la dispersión del vocablo (es decir, con el número
de países donde se emplee, pues no se considera suficiente con ganar por
cantidad de hablantes, que para eso México se bastaría en la mayor parte de los
casos). Por ejemplo, entre las variantes “acera”, “vereda”, “andén”, “sendero”
o “banqueta” (todas las cuales nombran lo mismo), la ganadora sería “acera”,
como se dice en España y otros países. Sin embargo, tanto España como México,
que suman más de 144 millones de hablantes, perderían la batalla ante las
opciones “ordenador”, “computador” y “computadora”. Ganaría “computador”, que
no se oye ni en México ni en España.
En España se dice “coche”. Pero “carro” en México,
Guatemala, Costa Rica, Panamá, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico,
Colombia, Venezuela y Perú. En Cuba usan “máquina” (también en la República
Dominicana y Puerto Rico), mientras que “auto” se oye con mucha frecuencia en
Argentina, Chile y Uruguay. Ahora bien, en todos esos países se conoce como
equivalente general la palabra “automóvil”. Ésta sería, por tanto, la voz
adecuada para un texto que aspirase a ser recibido como natural por el 100% de
los hablantes, aunque sólo a un 35,5% le brote su uso en una conversación.
El proyecto, en resumen, pretende abarcar el estudio de las
principales variantes del idioma, jerarquizadas por su grado de difusión
internacional, nacional y regional a través de los medios. De tal modo, quienes
fueran capaces de usar ese “español internacional” en la comunicación verían
reducidas las barreras léxicas para sus proyectos, ya fueran editoriales,
periodísticos o tecnológicos.