jueves, 28 de septiembre de 2017

Las natillas que entusiasmaban a Juan Ramón y Zenobia

  • Un libro acerca el lado más humano de la pareja de literatos al rescatar sus recetas y la relación de ambos con los alimentos y las tareas domésticas
Zenobia y Juan Ramón, en su casa de
Washington (1943)
“Si no es por Zenobia, Juan Ramón habría muerto antes o se habría vuelto loco”, afirma María José Blanco mientras su compañera Pepi Gallinero asiente y ratifica: “Ella salvó a Juan Ramón”. Lo afirman tras haber investigado durante dos años un aspecto inédito de la pareja: sus recetas culinarias y su relación con los alimentos. De ese trabajo ha salido el libro La cocina de Zenobia (Editorial Niebla). 

Destacan el trato exquisito de la pareja a sus amigos y empleados, cuando los tuvieron, y cómo la comida fue una manera de expresar ese cariño en todos los sentidos. De ahí los intercambios de recetas para cuidar el delicado estómago de Juan Ramón o los envíos de dulce membrillo para él o para los allegados o cómo un providencial regalo de jamón de Huelva y aceite de oliva consiguió frenar una persistente diarrea del escritor.

Juan Ramón no era exigente con la comida. Una copa de Danone a las seis y media de la tarde, jamón cocido, huevos, leche y dátiles eran parte de la dieta básica del nobel. Pero Zenobia, inquieta y ávida de nuevos conocimientos, asiste a clases de cocina en Cuba y las intercambia por lecciones de español en Estados Unidos para mejorar en la alimentación y buscar de forma constante comidas que le sentaran bien al delicado estómago de su esposo. Así va conformando un menú de 158 recetas (en español e inglés) que se incluyen en la publicación.

Entre los postres destacan las natillas de las hermanas Lavedán, que entusiasman a la pareja y que consumen hasta dos veces por semana, o el suflé de queso de Llo Browne Wallace, esposa del vicepresidente de Estados Unidos Henry A. Wallace, a quien Zenobia enseña español a cambio de clases de cocina.

La obra, además, describe la relación de ambos con las tareas domésticas. “J. R. ha estado fregando los cacharros en mi lugar y es una fregona de buena voluntad, pero deja acumular lo sucio de dos o tres comidas para no interrumpir su trabajo y después lo lava todo a las seis, cuando ya la luz no le sirve para trabajar. Es un buen método para no interrumpir el trabajo importante, pero se acumula el mal olor de la cocina”, escribe Zenobia.

El poeta también asume algunas labores culinarias para lo que, según relata su esposa, “se da una maña grandísima” que asombra a su familia. Le prepara el almuerzo a Zenobia para que se lo lleve a la universidad. “Me hace llevarme seis cosas: un sándwich, un huevo duro, un plátano, un bizcocho, una barra Suchard y alguna otra cosa”, describe la escritora. Más en El País

Versos sueltos

Juan Jorganes Díez

Cuando  José Hierro logró en 1999 el Premio Nacional de Poesía por Cuaderno de Nueva York, se habían imprimido ocho ediciones del libro y se habían vendido 25.000 ejemplares. Había pasado año y medio desde su publicación. Al autor este éxito de ventas le resultaba “absolutamente incomprensible”. Aún no eran años de Internet y Youtube. Tampoco lo eran cuando Lorca llenaba teatros leyendo sus poemas o cuando la actriz sevillana Gabriela Ortega (1915-1995) se ganaba la vida llenando también los teatros de Argentina y otros países latinoamericanos recitando poesía. Más recientemente, Rafael Alberti y Nuria Espert se pasaron años subiendo a los escenarios con un puñado de poemas en las gargantas ante un público multitudinario.

A día de hoy tenemos constancia de ediciones de 10.000 ejemplares “y no eres nadie si bajas de 4.000” –afirman quienes dicen que saben de estas cosas-. Poetas jóvenes llenan teatros o salas de fiesta. Se organizan veladas poéticas en sesiones de mañana o noche. En algunas de las colas más llamativas de la feria del libro de Madrid, un numerosísimo público paciente espera la firma y el saludo de su poeta favorito, alguien, quizá, que cuenta por millones sus seguidores en Youtube. A las grandes empresas editoriales les ha comenzado a interesar el género y publican títulos que años atrás hubieran pertenecido al catálogo de las pequeñas editoriales.

Conviven hoy los viejos poetas consagrados, los que fueron nuevos poetas que ya se han hecho viejos, incluidos los novísimos, y los veintitreintañeros que mezclan las recientes herramientas de difusión (abiertas, inmediatas, populares), con estilos líricos clásicos o con ritmos, recursos formales o contenidos que les acercan a los grupos y solistas del rap, o se confunden con ellos, pues algunos alternan poesía y canción.

Poesía y música han ido de la mano desde el comienzo de los tiempos. Tenemos en la cabeza ejemplos abundantes de poemas clásicos y contemporáneos a los que pusieron música y cantaron grupos y solistas de nuestro tiempo. Las letras de algunas canciones podrían integrarse sin dificultades en cualquier antología poética. Los límites que impone la ortodoxia se desbordan con facilidad: dame un buen poema y te lo convierto en canción, dame una buena canción y me la quedo como poema.

Poco a poco se dilucidará qué títulos permanecerán y quiénes continuarán entre la muy abundante, sonora y ecléctica bandada poética contemporánea, compuesta de tantos que, al decir de Cervantes, nublan el sol.

Si estas palabras se admiten como sugerencia de lecturas que nos permiten conocer mejor la vida y nos deleitan con la buena escritura, comparto dos libros de poemas publicados en 2015 y 2016. Nada tienen en común sus autores, excepto una voz singular, arriesgada y libre de manifiestos. Dos versos sueltos (no pude resistir la broma).

Las virutas del universo

Fernando Abascal (Santander, 1954) publicó Torre Hölderlin en 2015 (col. de poesía A la sombra de los días, Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria), cinco años después de Los poemas ásperos (La grúa de piedra). Seis títulos componen su obra publicada, sin contar colectivas, antologías y colaboraciones.

El libro tiene tres partes (´Último bosque´, ´Uno y dorso´ y ´Torre Hölderlin´). Poemas breves en la primera parte, excepto el último, que nos reconducen por la realidad hasta el último bosque, en versos conceptuales, tan frecuentes en Abascal, destacados por una sintaxis barroca, sin anacronismos ni arcaísmos. Ese barroquismo no es un remedo, ni un ejercicio de estilo, ni un retorcimiento banal de las palabras y sus significados. Como el músico que trae al presente melodías, ritmos y fraseos clásicos, Abascal reflexiona sobre la vida utilizando los sonidos del pasado para desarrollar los temas con imágenes poéticas riquísimas, en las que no ha de faltar el surrealismo.

En la poesía de Abascal “Nunca se ausenta la realidad”. El individuo forma parte del “ruido del mundo”. Vive en conflicto con la realidad, con el mundo y con la palabra: “Cada palabra tiene su sombra, su grano de arena, /polen infértil y oscuro./ Yo soy esa sombra dicha”; “Es lobo la escritura”; “Sálvame tú de las palabras”. En los elementos de la naturaleza, que siempre se nos presentan puros, se encontrarán la paz y el sosiego de lo esencial, sin accidentes. Los elementos de la naturaleza no constituyen un paisaje idealizado sino referencias de una realidad próxima, pero ajena, con los que se escribe un ideario vital: “Solo miro a los pájaros, / su hacienda de plumas y aire”; “Sin afán ni usura, deberíamos disolvernos como ella / en una extraviada nieve, en un último bosque / y no poseer otro balcón o cofre / que la celebración de lo que somos, una grano de siembra, / nación de aire”.

En la segunda parte se mezclan la forma del verso con los fragmentos en prosa, sin que se altere la coherencia del texto en su conjunto, que mantiene la línea conceptual y la riqueza de imágenes. El cambio de yo poético en la última parte (Hölderlin toma la palabra) se relaciona perfectamente con el punto de vista de las páginas anteriores. La estructura de cada una de las partes arma la estructura del libro, para conseguir la coherencia y cohesión que mantiene toda la obra de Fernando Abascal.

Si en la primera parte destaca la forma barroca, el mapa conceptual de todo el libro mantiene referencias barrocas: “Ahí, en el centro de la noche, seremos dos migas / en un prado oscuro, una perdurable nada” (segunda parte); o en la tercera parte: “Cuando me traen la comida, separo las hebras de carne que flotan en la sopa de col y veo en ellas un borroso cielo de pájaros, letras de un extraño alfabeto, las virutas del universo”.   

La última parte, que da título al libro, parece engañosamente diferente a las anteriores. Su prosa dividida en breves párrafos mantiene el lenguaje rico, sugerente, que nos traslada esa realidad confusa, ruidosa, pesada, y esa ingravidez de los pájaros, la pureza del frío y la nieve y de la acogida del bosque. Este último acto cierra la obra y, en el teatro del mundo poético de Fernando Abascal, el protagonista, ahora llamado Hörderlin, percibe la vida con sus sentidos deteriorados, así que hablará de “mi locura”, un grado más en esa condición de extranjero en el mundo con la que el autor ha escrito desde el primer verso. A diferencia del primer acto, no habrá último bosque sino la irrealidad de las nubes: “Siempre amé disolverme en su imprecisa nación”.

A las puertas de cualquier paraíso

Josefina Aguilar arriesga la escritura y algo más en Overbooking en el paraíso (Ultramarina, 2016). Publica un largo poema con la voz de una primera persona que disecciona su cuerpo enfermo de emociones por la espera ante la puerta cerrada del paraíso. Tras esa puerta, un interlocutor único, a quien se ofrece el sacrificio de ese cuerpo que solo quiere sanar con su presencia, con la cercanía al menos, se identifica desde las primeras líneas como el padre.

Solo una aventurera de la palabra escribe una carta al padre sin sentimentalismos, sin mensajes apropiados para un libro de autoayuda o para una diapositiva que colgar en Facebook, sin llevarnos por esos lugares comunes en todas las guías de viajes interiores. Los seres humanos tenemos sentimientos en común, emociones universales, dichas y angustias compartidas, pero cada individuo las percibe y las atiende como únicas e irrepetibles. Esta paradoja resultante de contar lo universal como único y lo personal como universal se resuelve en las grandes obras literarias, las que permanecen, las que señalan nuevos caminos por los que transitar.

Con la palabra como único material, se nos ofrecerá una solución nueva para resolver esa vieja paradoja, bien mediante la estructura de la obra (cómo se nos presenta) o bien mediante el contenido (qué nos cuenta) o bien, exponiéndose peligrosamente porque evita cualquier seguridad conocida, con una estructura rupturista y un contenido metafórico, alegórico, en arrebatada sucesión de imágenes. Esta última es la opción de Josefina Aguilar: un lenguaje propio, presentado en una cascada de treinta páginas, para un yo único.

El libro no está dividido en poemas ni sigue el formalismo del verso. Mantiene un ritmo a base de oraciones simples, oraciones con solo dos verbos o frases sin verbo. Rompe, así, con la estructura más frecuente de cualquier libro de poemas. Toda la fuerza de su contenido proviene de la singularidad del lenguaje, pues no se parece a ninguno. Ese es el compromiso de la autora desde el comienzo y lo mantendrá hasta el final. Evita con acierto los peligros de la acumulación incoherente de metáforas vacías y de la alegoría caprichosa, o la repetición de una simbología manida.

Enfrentada a todos los riesgos de la creación literaria, la escritora arriesga también el yo que unifica la obra pues lo expone a la propia disección del cuerpo para que no se escondan en ninguno de sus rincones las emociones, un material siempre peligroso, con las que construye Overbooking en el paraíso. Un yo desnudo, sincero, expuesto hasta las entrañas ante ojos familiares o extraños o desconocidos, arropado, sin embargo, con la palabra sugerente, sin referencias aprendidas.


El lector agradece la sinceridad del desgarro emocional porque le lleva a sus propios desgarramientos, quizá desconocidos hasta esta lectura, quizá nunca convertidos en palabras. ¿Pero cómo se puede llegar a la comprensión de un lenguaje nuevo, de este lugar poético tan personal? Dejándose llevar por las palabras, escuchando la evocación de cada frase, inspirados por cada metáfora y las relaciones semánticas insinuantes, rendidos ante la fuerza y la viveza de las imágenes que impresionan el ánimo. El significado complejo de cuanto leemos en Overbooking en el paraíso se relaciona con el significado complejo de cuanto sentimos, de cuanto nos mantiene con vida a las puertas de cualquier paraíso, aquí en la Tierra.

Publicado en el núm. 84 de la Revista de Estudios y Cultura de la Fundación 1º de Mayo

sábado, 9 de septiembre de 2017

Deporte y literatura

Un libro extraordinario sobre la vida
de un atleta extraordinario:
Emil Zátopek
Tan difícil en España es ver a un deportista leyendo un libro como a un escritor creyendo que el deporte puede ser materia de literatura. Alérgicos, casi repeliéndose unos a otros, la literatura y el deporte han crecido en mundos paralelos. 

El deporte como espectáculo (y sus protagonistas) se ven como el terreno de las bajas pasiones, de los sentimientos más simples, casi obscenos, de las masas; la literatura, y todas las bellas artes, encarnan, sin embargo, el reino de lo refinado, el entendimiento, el placer de la razón, la metáfora y la imaginación.

Escritores varios cantan sin miedo y con
pasión las glorias de sus equipos amados.
Hasta hace nada, la literatura deportiva sobrevivía en las catacumbas. 

Han nacido editoriales que no desprecian la llamada literatura deportiva, dos palabras que juntas ya no conforman un oxímoron, y algunas, incluso piensan solo en ella y en sus autores.


Inevitablemente, dos deportes acaparan el grueso y lo mejor de la producción: el fútbol y el ciclismo, seguidos del atletismo. 

Un clásico de la literatura sobre
el ciclismo




El artículo completo de Carlos Arribas, con autores y títulos recomendados.