El Quijote de la Mancha, cuya segunda entrega cumple en
estos días 400 años, confirma que la mala leche es compañera inseparable de la
literatura. Porque este año también cumplió cuatro siglos “otro” Quijote, el
apócrifo: una supuesta segunda parte de las aventuras de nuestro héroe
publicado meses antes bajo el nombre falso de Alonso Fernández de Avellaneda.
El tal Avellaneda odiaba a Cervantes, y no se molestaba en
esconderlo: en su prólogo, se declaraba personalmente ofendido por él, se
burlaba de su pobre condición social, y hasta se mofaba de que le faltase una
mano. Para colmo, le robaba por puesta de mano el éxito comercial.
Según un estudio de Luis Gómez Canseco, tras el impostor
podría esconderse Lope de Vega, el gran dramaturgo que dio al mundo
Fuenteovejuna. Sospechosamente, Avellaneda multiplicaba sus elogios y citas de
ese autor. El dramaturgo intercambió poéticos insultos con Quevedo y Góngora,
se enredó en trifulcas con sus rivales literarios y, sobre Cervantes en
particular, escribió en carta a un amigo: “De poetas no digo; ¡buen siglo es
este! Muchos están en ciernes para el año que viene. Pero ninguno hay tan malo
como Cervantes; ni tan necio que alabe a Don Quijote”.
Cervantes se sintió herido por el
robo de sus personajes. Desde sus primeras líneas, la verdadera segunda parte de El
Quijote se presenta como una revancha contra Avellaneda. Ya en la dedicatoria,
Cervantes subraya que una de las razones para su nueva entrega es “quitar el
mal sabor y la náusea que me ha causado otro Don Quijote que con el título de
Segunda Parte se ha disfrazado y corrido por el orbe”.
Más adelante, en el prólogo, Cervantes informa al lector de
que, aunque le molesta que Avellaneda lo haya llamado viejo y manco, él no se
rebajará a insultarlo: “Tú querrías que lo tratara de asno, de mentecato y de
atrevido, pero no se me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su
pan se lo coma y allá él”.
Luego sí lo insulta, pero usando la voz ficticia del
Quijote, que en la trama siguiente se revuelve furioso contra el libro
apócrifo. En el capítulo LIX, el Caballero de la Triste Figura se queja del
insultante prólogo de Avellaneda, y le corrige una errata. Sancho Panza
protesta porque el plagiario lo ha retratado como un gordito simplón.
Extracto del artículo de Santiago Roncagliolo publicado en El País. El texto íntegro